Más alla de Ghor había una ciudad. Todos sus habitantes eran ciegos. Un rey con su cortejo llegó cerca del lugar, trajo su ejercito y acampó en el desierto. Tenía un poderoso elefante que usaba para atacar e incrementar el temor de la gente.
La población estaba ansiosa por ver el elefante, y algunos ciegos de esta comunidad se precipitaron como locos para encontrarlo.
Como no conocían ni siquiera la forma y aspecto del elefante tantearon ciegamente, para reunir información, palpando alguna parte de su cuerpo.
Cada uno pensó que sabia algo, porque pudo tocar una parte de él.
Cuando volvieron junto a sus conciudadanos, impacientes grupos se apiñaron a su alrededor.
Preguntaron por la forma y aspecto del elefante, y escucharon todo lo que aquello dijeron.
Al hombre que había tocado la oreja le preguntaron acerca de la naturaleza del elefante. Él dijo: «Es una cosa grande, rugosa, ancha y gruesa como un felpudo».
Y el que había palpado la trompa dijo: «Yo conozco los hechos reales, es como un tubo recto y hueco, horrible y destructivo».
El que había palpado las patas dijo: «Es poderoso y firme como un pilar».
Cada uno había palpado una sola parte de muchas. Cada uno lo había percibido erróneamente. Ninguno conocía la totalidad: el conocimiento no es compañero de los ciegos. Todos imaginaron algo, algo equivocado.